Jacetania

JACETANIA

jaca catedral

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Jaca es conocida como “la perla del Pirineo”. Es una ciudad europea y cosmopolita, parada fundamental del Camino de Santiago.

En Jaca es imprescindible visitar la Ciudadela, ejemplo de arquitectura militar del siglo XVI y declarada Monumento Nacional.

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Su construcción comenzó en 1592, tiene planta pentagonal de grandiosas dimensiones, con foso, y está construida en llano.

En Jaca existen otros edificios muy importantes, como su Catedral románica (siglo XI), declarada Monumento Nacional, el Monasterio de las Benedictinas, la Iglesia de Santiago, la Ermita de Sarsa, el Puente de San Miguel, la Torre del Reloj (siglo XV) y el Ayuntamiento.

Entre sus fiestas destaca la celebrada el primer viernes de mayo; que conmemora una batalla medieval.

Se desarrollan torneos, justas, un bello espectáculo de volteo de banderas, y pruebas de antiguos deportes aragoneses como el tiro de barra.

En Jaca, (25 de junio) y Yebra de Basa (25 de julio) tienen lugar también las Romerías de Santa Orosia, famosas en toda Europa.

En ellas se celebra uno de los bailes más antiguos del Pirineo, los "palotiaus", acompañados por instrumentos sagrados y antiquísimos: el chiflo y el salterío de cuerdas.

palotiaus

Que ver

La Ciudadela de Jaca es la segunda maravilla rural de España, tras el conjunto románico del Vall de Boí.

La fortaleza jaquesa ha obtenido un 9% de los votos frente al 10,2% del conjunto catalán, seguido por el islote de San Juan de Gaztelugatxe en Vizcaya, Castros de Baroña en A Coruña, las Cuevas de Altamira en Cantabria, la Ciudad Encantada de Cuenca y el Castillo de Olite en Navarra.

La naturaleza forma parte del sentir de Jaca. Los colores de los parques cambian con cada estación del año.

También cambian sus olores, sus coquetas flores y las hojas de los árboles que enriquecen la vista mientras se disfruta de un agradable paseo. Jaca ofrece un variado número de zonas verdes repartidas por la ciudad, que ocupan más de 40 hectáreas.

Estos parques permiten la realización de multitud de actividades: desde el paseo reposado entre los diferentes miradores ubicados estratégicamente en el perímetro de la ciudad a descansar en los bancos repartidos a lo largo de los mismos, refrescarse con las fuentes de agua potable, practicar deportes como el footing o jogging gracias a la forma lineal de los parques, conectados entre ellos, así como una variada oferta de usos más específicos en las zonas de juegos infantiles, aparatos de movilidad para personas mayores, pistas de petanca, kiosco de venta de helados y golosinas, kiosco de música, etc.

Románico

Jaca es un museo vivo; una ciudad con más de dos mil años de historia a sus espaldas que conserva un patrimonio monumental de gran valor.

Las calles de Jaca tienen un sabor especial, su extraordinario casco histórico, declarado Bien de Interés Cultural, es un libro abierto que muestra todas las épocas estilísticas y arquitectónicas y confirma la importancia de la ciudad a lo largo de los siglos.

Jaca modernista

El anhelo de modernidad y progreso que acompañó a la llegada del siglo XX ocasionó en Jaca, como en otras muchas ciudades, el derribo de la antigua muralla.

Demolida en 1915, su espléndida silueta con sus robustos torreones quedó plasmada para el recuerdo en las imágenes fotográficas de la época.

Su desaparición inició un proceso de transformación urbana, permitiendo al antiguo caserío fusionarse con las dos zonas de ensanche, al este y norte, que surgen a partir del proyecto diseñado por el arquitecto Francisco Lamolla en 1917, trazando la apertura de nuevas vías a partir de una trama reticular, donde las familias más destacadas de la burguesía local promoverán la construcción de edificios de viviendas acordes con los nuevos tiempos, como sucede en la avenida del Primer Viernes de Mayo concretamente en el núm. 7, con su airoso chapitel neomedievalizante coronando su presencia frente a la explanada de la Ciudadela, en el núm. 5 conocida como la casa Borau con su modernismo geometrizante diseñado por el arquitecto barcelonés Manuel Cases Lamolla en 1926 e inspirado en el movimiento de la Secesión vienesa o, frente a ellas, en las viviendas del núm. 12 con sus aires neobarrocos.

Además, también se levantará un pintoresco conjunto de hotelitos con jardín cuyas formas intentaron plasmar, unas veces de manera más modesta y otras más rotunda, los más diversos estilos del momento, desde el modernismo al neorrenacimiento, aunque algunos han desaparecido.

Destacando entre los conservados por su calidad y envergadura la villa, que hoy forma parte de las instalaciones de la Residencia de la Universidad de Zaragoza —sede de los prestigiosos cursos de verano pioneros en España, que comenzaron su andadura en 1927—, en cuya planta superior resalta la gran ventana de original despiece termal, abierta en su fachada que da al paseo de Alfonso XIII, popularmente más conocido como el parque y hoy bajo el nombre paseo de la Constitución, no muy lejos del quiosco de Música, obra del arquitecto Ramón Salas, diseñado en 1903 con un ligero y delicado trabajo de hierro, poniendo una armoniosa nota de color en este espacio de encuentro compartido por jaqueses y veraneantes.

Pero no solamente estas nuevas zonas de expansión urbana transformaron el aspecto de Jaca, además el derribo de la muralla originó un proceso de reforma urbana en el interior de la antigua ciudad, destacando el ensanche de la calle Mayor que, durante las primeras décadas del siglo XX, adecuó sus fachadas a la nueva alineación y, de manera paralela, este esfuerzo constructivo se completará con una renovación estética acorde con las modas del momento, de tal manera que los estilos más actuales se combinarán con la sencillez de la tradición popular de la arquitectura de la Jacetania.

Pasear por sus calles permite al viandante envolverse en un atractivo ambiente plagado de pequeños detalles decorativos que invitan a detener la mirada, como sucede en la fachada de la casa ubicada en el núm. 17 de la mencionada calle Mayor esquina a la del Obispo por sus ligeros adornos neogóticos, mientras que en el núm. 20, casi frente a ella, luce el eclecticismo clasicista de la década de los treinta, un edificio en cuyos bajos se cobija la farmacia Borau, que con mimo conserva parte de su mobiliario de época.

Sencillos detalles de fundición en las barandillas, delicados trabajos de carpintería en madera de puertas y miradores, zaguanes con pinturas ornamentales y yeserías, que nos remiten a otros tiempos, integran un ambiente que lucha, día a día, por superar la tentación del continuo proceso de renovación en el que se ve inmersa la arquitectura actual.

En esta arteria principal podemos apreciar curiosas fachadas como la del núm. 32, cuyos planos aparecen firmados por el prestigioso arquitecto zaragozano Francisco Albiñana Corralé, inspirada en la arquitectura andalusí de la Alhambra, erigida como domicilio y estudio del fotógrafo Francisco De las Heras, autor de las espléndidas imágenes de comienzos del siglo XX, consideradas hoy un valioso referente para la memoria histórica de la Jacetania.

También llama la atención el caprichoso trazado modernista de la casa colindante, de la familia Abad, cuyas ventanas parecen reflejar formas micológicas seccionadas, acordes con un modernismo que busca sus fuentes en la naturaleza.

Unos sencillos diseños unas veces historicistas y otras reflejo del Art Nouveau que, a partir de la calle Mayor, se extienden por otros rincones de la ciudad, como sucede en la casa del marqués de la Cadena, situada en la recoleta plaza de su mismo nombre, donde los motivos florales modernistas descienden por su fachada adornándola, desde los canes que soportan el vuelo de su alero hasta las embocaduras de las ventanas y la forja de las barandillas de los balcones y del mirador.

También el Casino de Jaca, en la calle de Echegaray, de estilo neorrenacentista al exterior, evoca los grandes aleros de los palacios aragoneses del siglo XVI, mientras en su interior se mantiene gran parte de su decoración, mezcla de eclecticismo y modernismo, como así sucede en las portadas y en el mobiliario de algunos comercios.

Más alejado del centro destaca el antiguo Matadero Municipal, dentro del capítulo de la arquitectura industrial, con sus piñones escalonados y sus ventanas termales de original despiece trazadas con la libertad propia del modernismo fabril. Fue proyectado por el arquitecto Francisco Lamolla en 1922 y terminada en 1925.

Realizó también el edificio del Seminario Conciliar, diseñado en 1924 y concluido en 1926, tras el incendio de la antigua sede de la calle del Carmen.

Se trata de una interesante construcción eclecticista donde se combina el neorrenacimiento clasicista con detalles neomedievalistas y modernistas, de la que destaca su espléndido patio diseñado a modo de moderno claustro acristalado, novedosa solución adaptada a los rigores del clima de montaña.

Los nuevos estilos no sólo se reflejaron en la arquitectura civil, ya que también la religiosa se impregnará de este anhelo de modernidad.

Para ello baste recordar el antiguo templete de Santa Orosia, erigido en 1908 y derruido sesenta años después cuando se remodeló la Plaza Biscós.

Pilar Poblador

Historiadora

Los Pueblos de Jaca

Jaca es también el conjunto de treinta y cuatro pequeñas localidades que se sitúan en su entorno próximo y que fueron engrosando el término municipal jaqués a fuerza de perder el suyo por la progresiva despoblación.

Poco conocidos en general, atesoran pequeñas sorpresas artísticas y encantadores conjuntos de arquitectura tradicional bien conservada.

Documentados desde tiempos medievales, asentados entre campos de cereal en el Campo de Jaca, la Val Ancha, la Val Estrecha y la más recóndita Val de Abena, o enclavados en el terreno montuoso de Peña Oroel y la sierra de San Juan de la Peña, han vivido siempre de la agricultura y la ganadería.

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Así lo atestigua la abundancia de corrales, bordas y pajares, o la propia existencia de núcleos como Fraginal (Alto y Bajo) y Lastiesas, Bajas y Altas, éste con sus edificios dispuestos en torno a una amplia plaza empedrada usada como era, en un enclave paisajístico espectacular desde el que se domina el apacible valle del río Estarrún.

En los caseríos, de reducido tamaño, destaca la iglesia, con su silueta limpia y volumen compacto, todavía alguna con el recoleto cementerio anexo.

Reformadas en distintas épocas, gustan por su sencillez y sobriedad, con pocos excesos barrocos, si no fue el llenarse de retablos (de calidad los de Tornés y Ubalde en Binué, Martillué, Abena, Ara y tantas otras), cuyo efecto dorado se combina con el de pinturas y yeserías de tono popular en la parroquial de Ara.

Abundan las pequeñas iglesias románicas, decoradas con arcos ciegos y lesenas a la manera lombarda, como la de Asieso, encaramada en el escarpe, y las de Banaguás y Lerés, que incorporan frisos de baquetones propios de las iglesias del Gállego (a las que también recuerda la ventanita geminada de la torre eclesial de Guasillo); o bien con ajedrezados, bolas y crismones, siguiendo la estela de la seo jacetana, las parroquiales de Caniás, Abay, Botaya (tímpano esculpido), Navasa (cuyas pinturas murales se conservan en el Museo Diocesano de Jaca, como las góticas de Osia), Binué (ya sólo románica la torre) y San Fructuoso de Barós, que aúna motivos jaqueses y lombardos, excepcional por su espléndido conjunto de placas esculpidas de tradición prerrománica y la inusual utilización de anforillas acústicas.

No menos interesantes son las ermitas, próximas al casco urbano las románicas de San Miguel de Botaya, Santiago de Barós y Santa Eulalia de Navasa, estas dos últimas con pavimentos de cantos dibujando flores y entrelazos, o solitarias al amparo de la serranía, como la de San Benito de Orante, en lo alto del tozal, arruinadas muchas, como la de San Climén de Botaya, románica, la del santuario de Ipas, muy venerada antaño, o la más vetusta de todas, Santa Isabel de Espuéndolas (recientemente restaurada), único resto del monasterio altomedieval de San Julián de Asperella.

Categoría de parroquial tuvo la románica de la pardina Larbesa, apenas reconocible parapetada tras el fortín cuando en el XIX fue convertida en polvorín estructura a conservar tanto como la ermita, y desde la que se divisa, algo alejada, la torre señorial de elegante arquitectura que recuerda a otras como la de Santa Cruciella, en el camino a Atarés.

Edificios pétreos, como lo son los pueblos, de aspecto macizo y cerrado, con muros de cuidada mampostería levantados con la piedra de las canteras locales (tuvieron fama las de Botaya y Atarés), de tonalidad oscura, a veces iluminada por las superficies blanquiazuladas de sus paredes revocadas, o por los blancos destellos de la cal en torno a sus vanos, barrera de insectos y otros males.

Vanos pequeños en general, por la dureza del clima, ceñidos por dinteles, jambas y alféizares monolíticos, y algunos balcones, más tardíos, unos y otros salpicados del color de las flores o del verde de la hiedra que semioculta en ocasiones las grandes puertas pétreas, adinteladas o con dovelas, de casas de toda condición social; con escudo las infanzonas (casa condal de los Atarés, Casa Paúles en Gracionépel, etc.), con el nombre del propietario y la fecha de construcción otras muchas, con placas cerámicas con el nombre de la casa ya casi todas, y casi sin excepción grabadas con cruces, ruedas, flores, soles, símbolos cristianos y paganos con los que sus dueños buscaron atraer la protección de los dioses y evitar la entrada de malos espíritus.

Por eso los espantabrujas que coronan las chamineras, y quizá por eso también los enigmáticos rostros humanos y cabezas de animales que evocan temores ancestrales, como los fantásticos de Casa Biu, en Lerés.

Hay todavía notables ejemplos de las tradicionales chamineras troncocónicas que construidas de tosca, es decir, de piedra toba, se alzan livianas sobre los característicos tejados de losa (losera importante es la pardina de Osán, cerca de Bernués).

Son pueblos que invitan a la conversación con los vecinos y al paseo tranquilo por sus calles, muy pocas ya con el empedrado de cantos –los mismos que dibujan caprichosas formas en atrios de iglesias y zaguanes domésticos-, atravesando arcos y pasadizos (precioso el rincón de Casa Tejedor en Espuéndolas) hasta topar con los pequeños hornos comunales (Abay, Botaya, Áscara, Guasillo, Osia) y domésticos (como el de la calle del Arco en Caniás o Novés), las herrerías de grandes fuelles (la de Barós, Novés y la de Baraguás), viejas y nuevas escuelas, todas ya vacías (Osia, Bernués, Abay... o la de Botaya, aún con su letrina), pozos, fuentes y lavaderos (Bernués, Ipas, Araguás, Barós, Caniás... o el de Atarés, con la sobrecogedora imagen del Oroel al fondo), bordas y pajares de admirable geometría.

Exige esto caminar con el espíritu curioso y la mirada atenta a los mil y un detalles que salen al paso, la labra ruda o delicada, apenas insinuada a veces, de las muescas apuntadas de dinteles y dovelas, cual arcos conopiales góticos, las delicadas ventanitas geminadas de recuerdo medieval, aspilleras que evocan tiempos fortificados (Guasillo, Asieso, Novés, Araguás del Solano), placas con el Agnus Dei del Monasterio de San Juan de la Peña, símbolo de su dominio pretérito (Orante, Baraguás, Banaguás -procedente de Botaya-), y otro sinfín de pequeñas cosas: gateras, pestillos, herrajes y tachones y hasta la humilde lámpara de hoja de lata de la ermita de Navasa.

Y apetece entonces aventurarse por los viejos caminos hasta entrever ocultos por la maleza los pocos molinos harineros que aún resisten en pie (Osia, Bernués, o en Ara “el de los monjes”, de magnífico cubo), todos ya callados, símbolo de un modo de vida tradicional y una historia que aún guardan en la memoria sus vecinos y que han hecho de estos pueblos de Jaca pueblos con nombre propio.

Asunción Urgel

Historiadora

Deportes

Jaca es sinónimo de deporte como lo es de montaña, de nieve y de hielo.

Su dilatada vocación deportiva no es casual, más bien el resultado natural de una ubicación privilegiada en las faldas de la cordillera pirenaica.

En medio de un escenario inigualable de grandes picos, caudalosos ríos y hermosos senderos, Jaca es el punto de partida ideal para sugerentes encuentros con una naturaleza que ofrece posibilidades ilimitadas.

La centralidad de Jaca y sus excelentes instalaciones deportivas han convertido a la ciudad en uno de los principales referentes de Aragón, reforzado con la actividad de sus numerosos clubes y la arraigada cultura deportiva de sus ciudadanos.

Además de los deportes de sala, el entorno de Jaca permite desplegar otro amplio abanico de actividades relacionadas con la naturaleza.

La montaña pirenaica es un escenario de lujo para el senderismo, la escalada, el barranquismo, la bicicleta de montaña, el vuelo sin motor y cualquiera de las nuevas manifestaciones de ocio relacionadas con los deportes de aventura.

En el entorno de Jaca las posibilidades de ocio son realmente inagotables.

Para más información:http://www.jaca.es/